EL MUNDO 5 DE MARZO DE 2003


CARTA A STALIN

de

FERNANDO ARRABAL

Señor Yugachvili:
Siempre he perdido cuando he escrito a los poderosos o cuando cometí el error de dirigirme a los caudillos en el poder y con él de destruirme. Pero usted ya no tiene ninguno, don Iosif Vissarionovich, usted que fue secretario general de su partido, generalísimo de todos los ejércitos, gran poeta de una cultura excepcional, gran orador de un carisma sin igual, genialísimo líder, educador de la Humanidad, guía supremo, mariscal de energía prodigiosa, el hombre que más amamos y padrecito de todos los pueblos. Los fieles, ayer, a su causa y a sus métodos hoy le niegan y le reniegan, aunque temiendo que se abran las hemerotecas o que los gallos canten. Ya nadie le compone los 'poemas' que le dedicaron los literatos de la sumisión, sin olvidar a los nobel de la reverencia o a los cervantes del servilismo voluntario: «Las estrellas del alba obedecen a tu voluntad, Tu incomparable genio se alza hasta el cielo. Tu penetración sondea la profundidad de los océanos».

Pero ¿quién soy yo, (que tantas lecciones recibo de los más despiertos, pero ninguna doy ni aún soñando) para pedirle a usted cuentas o contar aquellos cuentos que ya son verdades señor Yugachvili, y que todos conocemos, y en especial conocen sus soldados topos, agentes y poetas de ayer, sobre sus fechas, hechos, o fechorías? Usted, constructor del porvenir radiante, fue el religioso de lo fundamental, y el fundamentalista de la revolución.

Pero cómo se pareció a los creyentes que con fe, esperanza y una caridad tan cara para sus víctimas, abrasaron almas y cuerpos en tiempos de inquisiciones, fosos y fosas y quemaderos a quemarropa.

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Puesto que contrariamente a usted nunca milité ni en partido ni en banda alguna, los bandazos de la adversidad zurcen mi vida desde que a los 4 años mi padre fue condenado a muerte por «rebelde».

Por cierto, sus propios padres respondían a apodos que sonaban a castellanos. A su mamá y superdotada Catalina Gueladzé la llamaron Que-qué. A su padre y zapatero remendón Visarión Yugachvili le conocieron por Beso.

Mientras que a usted le llamaron Soso y Soso firmó sus únicos poemas en la revista Iberia, la bien nombrada.

Y Soso será hasta que, militante marxista, aunque agente provocador, confidente y delator al servicio de la Okhrana, la policía política zarista, adoptara otro seudónimo de consonancia también castellana y de significación adecuada a su nuevo estado: Coba.

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Cuando Que-qué tenía 18 años y Beso 24 se casaron, en 1874, pero el destino quiso que sus tres primogénitos, Miguel, Jorge y Gregorio, fallecieran a poco de nacer en 1875, 1876 y 1877 para que usted se alzara como el hijo único de la gran mujer de su vida.

Su mamá repetía, contemplándole en la cuna con una gravedad que no excluía el embeleso: «Es mi hijo muy amado en el que he puesto todas mis complacencias», recordando el mensaje divino de los evangelios. Aquellos libros sagrados que usted aprendió a su vera y de memoria, con fervor, poco después de deletrear sus primeras sílabas.

Pero a su padre, Beso, le abrumó tanto el deber de procreación que consumó y consumió por última vez su unión con Que-qué la noche de su concepción. Y como si su mamá intuyera el poco gusto que también a usted (como a Beso) le iban a procurar estas consumaciones, decidió darle el nombre que Dalí dio un día al púdico participante en una impúdica jarana, del casto José: Iosif .

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Si la paternidad fue un acto de fe, con el descubrimiento del ADN ¿se convierte en símbolo de la confianza en la ciencia? Mucho antes de este advenimiento, inaugurando su fe de erratas sin fin, ¿por qué puso en duda, georgiano Iosif, también la fecha de su propia llegada al mundo? ¿por qué rectificó los documentos de su propia biografía? Usted se dijo, señor Yugachvili: «Nací cuando tenía que nacer porque tomé en mano mi destino», por eso siempre le escandalizó que Schopenhauer escribiera (y por ello prohibió su obra): «El que va más lejos es el que no sabe adónde va».

Si ya en 1912 declaró usted oficialmente que nació en 1881, quitándose tres años, a partir de 1921 engañó, camarada Stalin, a su propio partido rejuveneciéndose un año, pretendiendo oficialmente que nació el 21 de diciembre de 1879. ¿Quiso decir que al nacer al comunismo triunfante murió como cristiano?: Una creencia popular georgiana, probablemente de origen persa, recomendaba que se matara a los niños nacidos precisamente ese 21 de diciembre que usted eligió ¿para nacer? es decir ¿para morir? En verdad en la iglesia de su pueblo su partida de nacimiento certifica que usted, don Iosif Vissarionovich, fue cristianado el 17 de diciembre y que nació once días antes, el 6 de diciembre de 1878.

Tzvetan Todorov recuerda su frase: «No preocupa lo que sucedió ayer. Sólo hay que tener en cuenta las circunstancias de hoy».

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Usted vino al mundo (¡gora Iosif!) en Gori, apócope de gorigori que vale, con ejemplaridad y simbolismo en castellano, por canto en los entierros.

Según las malas lenguas con peores intenciones, con su rejuvenecimiento sistemático en biografías y repertorios, usted probaba su sistemático amor por las niñas e incluso por los niños. Un calumniador y antiguo apparatchik (post-mortem) se ha atrevido (es la única osadía suya que se conoce) a tacharle de pedófilo cuando usted apenas practicó otra forma de amor que el platónico.

A su pesar hubo usted de conocer, bíblicamente, a dos de las tres menores con las que se unió hasta que la muerte les separó.

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Usted, seminarista Soso sólo soportaba que le rodearan en su intimidad personas que creía inmaduras e inferiores intelectualmente.Por ello aplicó siempre el magisterio evangélico: «Dejad que los niños (¡las niñas sobre todo!) vengan a mí» y «bienaventurados los pobres de espíritu» porque... «no me harán sombra».

Por el contario su mellizo ¡del cenizo!, Trotsky, se envejeció en sus documentos oficiales y se casó con Alexandra Sokolovskaya mayor que él y figura intelectual de su redil marxista juvenil.

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Los amigos de su infancia, en Gori, le conocieron por Soso, como durante su adolescencia, también le llamaron por este seudónimo los padres del seminario de Tiflis, aquellos reverendos a quienes usted veneró como a los bienhechores que Dios en su infinita bondad había colocado en su camino de formación. Lenin aborreció lo que siempre llamó su cristianismo latente y su alma de inquisidor.Por ello, cuando comprendió que usted podía sucederle, temió que usted (¡tan poco Soso!) «salara peligrosamente la cocina soviética de todos los ciudadanos» ¡conservándolos en sal/muera! En verdad, usted había rezado con sus compañeros de seminario y repetido antes de las letanías: «Con fe fue como murieron los patriarcas. Malditos sean los que se apartan de la justicia de Dios».

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Hasta sus 21años, en Gori y Tiflis, su vida fue un constante homenaje y regalo a su amadísima mamá.

«Sacaba 5 sobre 5 en conducta».

Era usted, Soso, piadoso, empollón, monaguillo y corista en el órgano, pero sin dejarse arrastrar por el suyo hacia amoríos o amorbos. San Mateo había dicho en el evangelio: «Aquel que mira a una mujer libidinosamente ha cometido ya el adulterio en el corazón». El 29 mayo de 1899 seis meses después de haber cumplido los veinte años, y cuando usted, alumno Soso, ya era más que mayor de edad, no rompió con el seminario como han repetido sus hagiógrafos, sino que «se escabulló sin dar explicación alguna a punto de llegar al sacerdocio». No quiso darle un disgusto a su mamá ni cortar definitivamente con su vocación.

Esperó, señor Yugachvili, 32 años después de su espantá sin patetismos, para inventar la patética fábula de 1931: «No soporté más la disciplina de seminarista y me hice comunista».

Disciplina que usted no sólo soportó adulto durante años, sino con la que vivió «glorificando a Dios porque le hizo libre y a Cristo porque le liberó», como dijo Pablo a los gálatas.

En las purgas salvó usted, por una vez clemente, a algunos de los maestros que con tanta entrega le instruyeron en el seminario de Tiflis.

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Su primer texto editado, su primer soso, que firmó Soselo y no Solito, su primer poema lo publicó, novel claro y cuando aún no se había creado el Nobel, en la revista que se amparaba bajo el nombre de la Península Ibérica. ¿Qué quiso decir con aquellos versos suyos?: «Florece, oh Iberia natal, Jubila oh mi país bien amado...?» El 14 de junio de 1895 apareció el himno patriótico que usted no hubiera podido titular «Oye Patria mi aflicción» porque no sentía hacia su Madre Patria, Georgia, aflicción sino admiración.

Era «la nueva tierra y el nuevo cielo» del que habla San Juan en El triunfo de la Iglesia. A sus 16 años usted compuso poemas chauvinistas antes de ser comunista, y nacionalistas antes de decirse internacionalista.

Como poeta fue usted tan remendón como su padre fue zapatero, pero su mamá le leía y le releía como si los mismísimos ángeles hubieran compuesto aquellos versos. Cuando Eluard (aquel rimbaud sin partido, ni Dios, ni amo, que fue durante su unión con Gala) ingresó regresando en su partido, también se inspiró en su propio país con la misma gracia, por desgracia suya..

Usted, adolescente de la ingenuidad, quiso entrar a reculones en el Parnaso con este poema: «El viento huele a violeta en la hierba, reluce el rocío alrededor, se despierta el universo en un estallido luminoso de rosas.

Bajo la bóveda de nubes se alza cada vez más dulce y palpitante el canto del ruiseñor que comparte su gozo con el mundo entero.Oh tú, Patria mía, arco iris de la belleza que nos colma de felicidad.

Cada uno debe, por su trabajo, colmar de gozo a nuestra Patria».

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uando usted ya no era ni Soso ni Coba, sino Stalin, conoció a una niña con la mismísima faz de la Purísima de Murillo que le sedujo por su candor.

Nadja la llamó usted desde el primer día, mucho antes de casarse con ella. Palabra que en castellano evoca la nada y en ruso la esperanza.

¿Se preguntó usted aquel terrible año 1932 en que su purísima se quitó la vida: «¿Por qué tres Nadjas (Nadejdas) resplandecieron en nuestras vidas: en la de Lenin, en la de André Breton y en la mía: Krupskaia, la parisiense y Alliluieva?». Las tres revoluciones, leninista, surrealista y la suya surgieron ¿de la nada o de la esperanza? En su juventud se decía: «Tres jueves tiene el año que relumbran más que el sol: Jueves Santo, Corpus Cristi y el día de la Ascensión».

En verdad usted supo que Lenin compartió su vida con una extranjera, Inés, que «se hizo pasar por revolucionaria y que tuvo la impudicia de querer introducir en el séquito del camarada Ivan Illich el asqueroso amor libre». Según algunos biógrafos, Lenin también conoció a una servicial bonne, «buena criada y mejor felatriz» que le cuidó durante su final de partida de la hemiplegia sin hemiciclos.

Cómo le repugnó a usted saber que esta enfermera con pecas, a quien tachó de pecadora, convivió con el máximo dirigente del partido y del gobierno, traicionando con ello, poco antes de morir, a Nadja, a su Esperanza Krupskaia. Poco después de aquel final de vodevil de bodijo y bodrio, a André Breton también se le apareció la musa Nadja, y precisamente un año antes de que escribiera con Eluard la Inmaculada Concepción.

Musa, Nada y Esperanza que enseñó a los surrealistas lo que para ellos era fundamental aprender y nadie les había enseñado aún.Sin embargo, estas relaciones de la poesía con la vida, el azar y el amor, para usted eran el magisterio diabólico de la bestia de las siete cabezas de Babilonia.

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Usted se interesó por los surrealistas desde el primer manifiesto y por André Breton desde que publicó su primer poema, un soneto dedicado a Valéry en La Falange que nada tenía que ver con la de Primo.

Y gracias a Aragón consiguió la hazaña de desplazar a uno de los miembros de aquel movimiento al suyo, cambiando al poeta de empleo y hasta de sueldo.

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Otra buena bonne, como la de Lenin, otra niña también, alivió los últimos años de usted, Padrecito de Todos los Pueblos, la valerosa Valentina Vassilievna Istomina, devota sin voto pero con voz, con la que se comportó como verdadero hijo del Señor y con la que siempre le unió el lazo ciego. Nadie podría acusarle de corruptor de menores.

Es cierto que también conoció a Catalina y a Nadja impúberes, pero le esperaron, vírgenes como manda la ley de Dios que aprendió en el seminario y que usted hubiera querido también fuera la norma no escrita de la revolución proletaria, para que ni las «túnicas ni las camisas fueran embadurnadas por el pecado de la carne». Usted se casó por vez primera cuando la niña Catalina Svanidze acababa de cumplir 15 años y se unió con Esperanza Alliluyeva cuando su Nada (Nadejda) tenía dos años más tras cohabitar bajo el mismo techo varios años sin cohabitar.

En castellano Nada con jota es Nadja: ¿la danza, la jota, del profeta Zaratustra con la irresistible Miss Nihilismo?

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También, georgiano Soso, se negó a conocer bíblicamente a Catalina sin previamente haberse casado ortodoxamente en la Iglesia San David de Tiflis.

En el templo, hasta sus oídos llegó la voz de San Juan : «Venid, que el que tenga sed venga. El que lo desee que beba el agua de la vida gratuitamente». La ceremonia religiosa se celebró el 22 de junio de 1904 cuando usted, a los 26 años, tenía 11 más que su esposa adolescente.

«Sí vengo, ¡amén!» Catalina había nacido como Beso en Didi-Lilo y era una campesina muy religiosa que conocía de memoria, como usted, el Cantar de los cantares: «Oh mi esposo mi muy querido, nuestra cama es de verdura».

El maestro de Gori, Iremachvili, testigo de la boda, escribió: «Catalina consideraba a Coba como si fuera un dios. Y a Dios le rezaba todas las noches en que le retenían sus reuniones con militantes. Le pedía que abandonara aquellas ideas pecaminosas que le separaban de los Evangelios: 'Corre amado mío, parecido a un gamo o al cervato de las ciervas por los montes de balsamero'».

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El árbol genealógico de su familia, señor Yugachvili, ha crecido como el roble-bonsái del ilogismo. Su hija Svetlana, que acaba de cumplir 76 años como sus biznietas Svetlana Stalina o Nadejda Stalina, últimos descendientes, hoy, de Nadja y de su hijo Vassili, hubieran podido escribir en una de las ramas: «Todos los supervivientes del año 1953 descendemos directamente, no sólo de Carlomagno como nos muestran los sociólogos, sino también de Sócrates o de Iván el Terrible».

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Para sus críticos, la ballena de Jonás, el arca de Noé o el elefante de piedra de la Bastilla en que se encerró Gavroche simbolizan a su Estado. También igualmente simbólica aparece hoy para otros su datcha, señor Yugachvili, «donde pasaba lo esencial de su tiempo». En ella vivió su tercera pasión por la infancia: pues conoció usted a Valentina, menor en el año 1937.

quel año, Andrei Vichinski, fiscal de los procesos de Moscú, insultaba por orden suya a los acusados que habían reconocido los crímenes más inauditos: «¡Excrementos, carroñas de pus, payasos, pigmeos, cuervos, hienas, víboras, fetos infames!». Para concluir: «Hay que fusilar a estos perros rabiosos».

El buen humor de la adolescente y su risa tan cándida le ayudaron a atravesar la época de las mayores purgas. «No olvidemos que el camarada Stalin nos ha dicho: las leyes son caducas en un tiempo en que se nos hiela la sangre a causa de los crímenes de los enemigos de nuestro Voja (guía, duce)».

Inconsciente, con la naricilla respingada y la esperanza al viento, Valentina alborotaba y le alborotaba con los juegos de la inocencia.La musa, según Hesíodo en la Teogonía ofrece el bastón de la sabiduría, skeptron, tallado en una rama de laurel.

Valentina, tan sólo con su presencia, le ofreció mucho más. Le siguió en todos sus viajes, con el título de intendenta, de secretaria o de gobernanta; pero nunca, dado su puritanismo, señor Yugachvili, se atrevió a revelar si se había casado o no secretamente con la señorita Istomina, como a voz en grito proclama hoy el confidente de cama y pañales. A usted, georgiano Soso, no le cabía en su cabeza de ortodoxo, feo y sentimental casarse, y mucho menos ayuntarse, con una jovencita a la que le llevaba cerca de medio siglo. Y, peor aún para usted, que los más ricos entre los más famosos del mundo y, por ende, los más progresistas «se reactiven con nenas que podrían ser sus nietas y así lo que ganan en gusto y disgustos lo pierden en frustración».

Aquellos amancebamientos que usted condenaba hasta en las quintas columnas de su Verdad con cinco columnas a la una.

Un cuarto de siglo después de su muerte, el mismísimo Molotov declaró molondro: «Pero ¿qué importa que Stalin se haya o no unido maritalmente con Valentina?».

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Valentina se confió a usted y usted tan desconfiado de todo dejó sus recelos a la puerta de su sala de juegos.

Poco a poco, la niña juguetona y risueña se fue transformando en una mujercita humilde que sólo odiaba una cosa: figurar en público, pero que tenía un capricho: ser su manicura diaria.

Vigilando su salud, imponiéndole con cariño un método de vida cada vez menos trepidante, le mimó hasta el final, y no sólo esmerándose en el cuidado de sus manos.

En abril de 1944 Valentina descubrió la caja secreta donde los secretarios guardaban y acumulaban sus sueldos oficiales intactos. Por vez primera, ella y usted tuvieron en propia mano billetes de banco comunistas. En verdad nunca conocieron el valor del dinero. (Como tampoco lo conoció Dalí cuando, dejando de lado su vida espectacular, entraba en su intimidad). Inmediatamente distribuyó el total del ahorro, íntegramente entre sus amigos del seminario, uno a uno, acompañados de mensajes esta vez escritos en georgiano: «Buenos días. Te envío un pequeño regalo de 40.000 rublos, Petia te lo transmitirá. Vive mil años. Tu Soso, 9 de mayo de 1944».

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Aunque había ascendido a gobernanta oficial de usted, secretario general del partido, el nombre de Valentina no figuró más en los repertorios oficiales a su muerte, don Iosif.

Cuando usted dejó de existir a los 74 años, ella aún no había cumplido los 30, pero nadie la nombró viuda triste, señor Yugachvili.Al día siguiente del fallecimiento dejó de haber sido la compañera del Vojá Stalin, y con carácter retroactivo. Pero siguió recordándole y añorando sus manos blancas que manicuraba con esmero. La fe es el pájaro que canta cuando la aurora oscurece dijo Rabindranath Tagore. Con usted ella había estado en la gloria pero usted, definitivamente en la gloria (¿o en el infierno?) ya nada pudo hacer por aquella niña juguetona, aquella traviata rusa que había crecido a su vera en «estatura, dignidad y gobierno...», como decía del Niño Jesús el evangelio que usted releía en Georgia.

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Las creencias y hasta las supersticiones materialistas y espiritualistas ¿hasta qué punto han ocultado el largo periodo místico y tísico de su vida, borrando a Soso, olvidando su vida de devoción en el seminario, para sólo recordar al inolvidable Stalin, señor Yugachvili? Y, sin embargo, para usted la superstición es un poema en prosa que cuenta la existencia del humanoide, pero también la murmuración del discurso impío. Fue usted el alumno del fervor con la conducta regida por la disciplina. Creyó con el Libro de la Sabiduría que el alma de los justos está en la mano de Dios.

Sus nombres de pila, Iosif Vissarionovich y su apellido Yugachvili se inscibrieron en la cima del cuadro de honor. En loor a Dios y a su seminario brillaba para la formación de sus compañeros.«Porque los que observan santamente las leyes santas serán santificados».Pero poco antes de llegar a lo más alto, usted abandonó, a los 21 años, el aprendizaje de la santidad, y se puso el uniforme de revolucionario de pega y de auténtico policía secreto. Olga Tchatunovskaia escribió: «Cuando le pidieron a Jruschov que publicara la documentación sobre Stalin, levantó las manos al cielo y dijo: 'No podemos mostrarlas: sería reconocer que este país fue gobernado durante treinta años por un agente de la policía del zar'».

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Extracto del libro Carta a Stalin, que en fechas próximas será publicado.

El genial dramaturgo Fernando Arrabal escribió también Carta a Franco (1971) y Carta a Fidel Castro (1984)