THEATRE:

martes 29 de agosto de 2000

Arrabal

Por Luis GARCÍA JAMBRINA

ACABA de estrenarse en Santander un montaje de El cementerio de
automóviles, una obra que yo no he podido ver nunca representada, pero que leí varias veces, en mi más tierna adolescencia, en la vieja edición de
Taurus. Desde entonces, y a pesar de los muchos cambios y mudanzas, puedo decir que he seguido fiel a Arrabal. De hecho, es el único dramaturgo español de los últimos cincuenta años que me dice algo cuando lo leo y que me conmueve cuando tengo la fortuna de disfrutarlo en un teatro. Después de ver, por ejemplo, El arquitecto y el emperador de Asiria, tuve uno de los sueños más intensos e inquietantes de mi vida, del que, por cierto, todavía me acuerdo, pues me dio mucho que pensar.

Allá por donde pasa este autor, además, siempre se producen situaciones
divertidas. Hace ahora unos diez años, un colega y yo lo invitamos a la
Universidad de Salamanca para que diera una conferencia sobre Miguel
Espinosa. Acudió tanta gente que tuvimos que habilitar el Paraninfo del
Edificio Histórico. Lo malo es que ya era la hora anunciada y Arrabal aún
no había dado señales de vida. La semana anterior había tenido que
participar en un acto literario en su honor, y llegó tan tarde a la sala que, cuando quiso entrar, la función ya había terminado. De modo que nos
temíamos lo peor. No obstante, llegó con más de media hora de adelanto
sobre el retraso previsto, como algunos aviones. Recuerdo que mi colega y
yo fuimos a recibirlo con los brazos abiertos, y lo primero que nos dijo
fue que quería mear. Así que lo acompañamos, a toda velocidad, por un largo y tenebroso pasillo. Y detrás venían los periodistas, bolígrafo en mano y micrófono en ristre, intentando entrevistarlo. Le preguntaron por Miguel Espinosa y les habló de las costumbres de algunos insectos, se interesaron por su afición a los insectos y se dedicó a hablar mal de Felipe González, le pidieron, entonces, que dijera algo más sobre ese tema y terminó hablando de matemáticas fractales. Pero lo más gracioso del caso es que, sin darse cuenta, algunos periodistas lo habían seguido hasta el interior de los lavabos, y la última respuesta la emitió mientras aliviaba su vejiga en un urinario. Todo un personaje.