ACABA de estrenarse en Santander un montaje de El cementerio
de
automóviles, una obra que yo no he podido ver nunca representada,
pero que leí varias veces, en mi más tierna adolescencia,
en la vieja edición de
Taurus. Desde entonces, y a pesar de los muchos cambios y mudanzas,
puedo decir que he seguido fiel a Arrabal. De hecho, es el único
dramaturgo español de los últimos cincuenta años
que me dice algo cuando lo leo y que me conmueve cuando tengo
la fortuna de disfrutarlo en un teatro. Después de ver,
por ejemplo, El arquitecto y el emperador de Asiria, tuve uno
de los sueños más intensos e inquietantes de mi
vida, del que, por cierto, todavía me acuerdo, pues me
dio mucho que pensar.
Allá por donde pasa este autor, además, siempre
se producen situaciones
divertidas. Hace ahora unos diez años, un colega y yo
lo invitamos a la
Universidad de Salamanca para que diera una conferencia sobre
Miguel
Espinosa. Acudió tanta gente que tuvimos que habilitar
el Paraninfo del
Edificio Histórico. Lo malo es que ya era la hora anunciada
y Arrabal aún
no había dado señales de vida. La semana anterior
había tenido que
participar en un acto literario en su honor, y llegó tan
tarde a la sala que, cuando quiso entrar, la función ya
había terminado. De modo que nos
temíamos lo peor. No obstante, llegó con más
de media hora de adelanto
sobre el retraso previsto, como algunos aviones. Recuerdo que
mi colega y
yo fuimos a recibirlo con los brazos abiertos, y lo primero que
nos dijo
fue que quería mear. Así que lo acompañamos,
a toda velocidad, por un largo y tenebroso pasillo. Y detrás
venían los periodistas, bolígrafo en mano y micrófono
en ristre, intentando entrevistarlo. Le preguntaron por Miguel
Espinosa y les habló de las costumbres de algunos insectos,
se interesaron por su afición a los insectos y se dedicó
a hablar mal de Felipe González, le pidieron, entonces,
que dijera algo más sobre ese tema y terminó hablando
de matemáticas fractales. Pero lo más gracioso
del caso es que, sin darse cuenta, algunos periodistas lo habían
seguido hasta el interior de los lavabos, y la última
respuesta la emitió mientras aliviaba su vejiga en un
urinario. Todo un personaje.
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