Autor: Fernando Arrabal
Escenografía: Xavier Mascaró
Foto de una escena del montaje de la obra de Fernando Arrabal,
que se
representa en el Teatre Principal.
Dirección: J. C. Pérez de la Fuente
Producción: Centro Dramático Nacional de Madrid
Teatro: Principal
GONZALO PEREZ DE OLAGUER
El estreno de uno de los textos con mayor peso de la obra de
Fernando Arrabal --a mí me atraen más otros, como
El arquitecto y el emperador de Asiria -- siempre es una cita
con un teatro arriesgado, comprometido, original y polémico,
y que admite más de una lectura a la hora de ponerlo
en escena.
En este caso, inevitablemente, uno tiende a comparar la propuesta
de Pérez de la Fuente con la que, en 1977, hizo el mítico
Víctor García. Y, al hacerlo, el que gana es el
autor, cuyo texto --la obra pide un esfuerzo al espectador para
entenderla-- llega al público más claro, más
limpio. Y eso pese a los seis coches de desguace y 35 de juguete
que ocupan un escenario de tonalidades grises y polvorientas.
En este extraño escenario habitan no menos extraños
personajes, condenados a una desagradable convivencia, que simbolizan
una sociedad marginada y desintegrada, anclada en la represión
. La llegada de Emanu, un músico que respira claridad,
bueno por definición, que acabará crucificado en
el manillar de una moto, introduce en la obra la simbología
bíblica, que alcanza a otros personajes.
El cementerio de automóviles no es una obra diffcil. El
montaje deja en primer término lo esencial de la reflexión
del autor; desarrolla una historia única . Violencia,
sarcasmo, humor, ternura y lirismo se dan cita en el escenario.
Es posible poner pasión, mayor irreverencia, provocación
añadida, en este montaje de Pérez de la Fuente?
Posiblemente sí.
La disciplina a la que se sujetan los 11 actores del Centro Dramático
como personajes de este caótico viaje iniciático
resulta encomiable. Han debido habituarse a saltar y moverse
por los techos de los coches y ceñirse a la musicalidad
de un texto no habitual. Lo resuelven bien en general, con trabajos
destacables de Beatriz Argüello, Juan Egea, Alberto Delgado
y Carmen Belloch. Los dos primeros forman una pareja a veces
dominadora y a veces sumisa.
La obra original --la representación de García--
mantenía un tono de desesperanza que Pérez de la
Fuente, sin cambiar el texto, ha buscado invertir a través
de la actitud de Dila en la última escena. El espectáculo
es una muestra del tipo de teatro que debe abordar un teatro
público.
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