INTERVIEW:

domingo 29 de julio de 2001


Fernando Arrabal : «La palabra vanguardia siempre me ha molestado por lo que tiene de militar»

 

Entrevista al escritor
Novelista, dramaturgo, ensayista, poeta, pintor y director de cine por fuera. Por dentro, Fernando Arrabal se confiesa tímido, anarquista, creyente frustrado y con cierto gusto hacía las actitudes surrealistas, como los que le rodean. Y muy amigo de sus amigos.




María Asunción MATEO (VIUDA DE RAFAEL ALBERTI)
Que Fernando Arrabal es un ser inesperado, que su personalidad no tiene nada que ver con nada ni nadie y que su figura suele despertar pasiones o rechazo, es cierto. Arrabal no puede, no sabe, ni quiere, dejar indiferente a nadie. La controversia, la polémica, lo acompaña adonde vaya, forma parte de su juego, infantil y sabio, de su deseo de encontrar un universo mágico en el que la bondad, la felicidad y la esperanza, sean posibles. De ahí su inadaptación a los valores establecidos.
Hoy, a sus sesenta y nueve años, la irrespetuosa imaginación de Arrabal sigue creando lo inesperado en busca de todo aquello que sorprenda, mientras su confianza en la memoria como soporte de la vida, sigue intacta. Su imagen simboliza la constante rebeldía frente al inmovilismo o la intransigencia. Su «teatro pánico» continua siendo precursor de un teatro que todavía está por venir porque, aunque provoque carcajadas, es lo más distante de la comodidad que cualquier espectador desearía, ya que inquieta y desasosiega, pero ha abierto a la dramaturgia universal insospechados caminos, llenos de original eficacia. Arrabal posee un vitalismo que parece indestructible, que lo impulsa a seguir adelante en continuo desafío, a denunciar sin desaliento aquello con lo que no comulga, sin que premios ni reconocimientos oficiales logren acallarlo.
Pero Fernando Arrabal es también una persona amable y afectuosa, su peculiar sensibilidad asoma a menudo a sus ojos azules, con una timidez que lo hace protagonizar las situaciones más dispares, como si el despropósito y la provocación fueran parte inseparable de él. Tiene su residencia en París, pero no descarta regresar a España, aunque es difícil imaginárselo alejado del fragor de la batalla teatral como un anónimo ciudadano.

Niño privilegiado


-Estudió en las teresianas, los escolapios, los jesuitas.
-Alberti dice que para ser revolucionario hay que haber ido a los jesuitas y con ellos fui «agapito», porque amábamos a Dios con un amor de «ágape», o sea un paso previo para entrar en el seminario. En Ciudad Rodrigo, las teresianas me enseñaron a leer y a escribir, a la madre Mercedes la visité meses antes de su muerte. Me reconoció: «Eres Fernandito», y me atreví a preguntarle: «Madre ¿sigue usted poniéndose el cilicio?». «Sí, todos los días durante la misa», respondió. Mi infancia no fue feliz, mi padre estaba condenado a muerte en Ceuta, luego a cadena perpetua en la cárcel de Burgos de la que se escapó. Lo encerraron el 17 de julio del 36, que fue cuando realmente comenzó la guerra. Gracias a ser teniente se salvó de la muerte, pero no le ocurrió lo mismo a sus colegas de mayor grado, como el general Romerales o el padre de Seco Serrano que lo mataron en el 37. Es un tema que no ha terminado, hubiera acabado si mi padre no hubiera desaparecido, si supiera que había muerto. En el año 74 fui a Moscú para ver a la Pasionaria, aunque nunca he tenido demasiadas simpatías por el comunismo, con la esperanza de saber algo de él. Se mostró muy simpática, me regaló un cenicero de plata y manifestó su admiración por mi «Carta al general Franco». Sobre mi padre dijo que quizás le habían aplicado la ley de fugas, pero de ser así hubiera aparecido su cuerpo y los franquistas se hubieran sentido orgullosos.
-A los diez años lo premiaron como niño superdotado.
-Sí, creyeron que yo era inteligente, pero conozco gente inteligente que nunca hubiera ganado ese premio: Beckett, Ionesco, Breton..., Marcel Duchamp, sí. En realidad yo no era inteligente, sino que me gustaban las matemáticas y sabía calcular.
-Es difícil imaginarlo a los quince años con vocación militar.
-Yo nunca quise ingresar en la Academia Militar, aunque lo preparé. Fue una presión familiar para que yo abrazara las tesis opuestas a mi padre, a mi hermano y a mí se nos incitó a eso y él sí llegó a entrar.

Etiquetas literarias

-A los veintitrés años llega usted a París...
-Sí, mi vida se establece con ciclos de veintitrés años. A esa edad llego a París y es cuando caigo tuberculoso, a los cuarenta y seis me operan y ahora, a los sesenta y nueve años, me vuelven a operar. No sé si esta vez será la última, si no dentro de veintitrés años, otra vez... Lo pasé muy bien en esa operación, tenía mucho miedo a que fuera tan dolorosa como las anteriores y me dieron una variante de LSD y viví un periplo feliz, cosas que no había vivido antes, como en un cuento de hadas.... Además estaba preparado espiritualmente porque Jodorovski, uno de los colaboradores del «teatro pánico», escribió para mí «Oraciones para un dios ateo». Me las creó peripatéticas, para que las recitara mientras andaba hacia el quirófano...
-Conoció a André Breton, pero el surrealismo no le causó ningún impacto.
-En realidad ninguna escuela tuvo ningún impacto en mí, incluso las que yo he creado. Pasé tres años viendo al grupo surrealista todos los días y fue como una universidad. Un día, Octavio Paz me dijo «Tú y yo estuvimos en el mismo banco de la universidad», y es cierto, era un sitio en el que se hablaba de poesía, de filosofía, de ciencia y solamente había un momento triste para mí: cuando se hablaba de política, Breton tenía las ideas muy claras y yo no tanto, ése era el momento en el que se ponía muy excitado. Pero no creo que haya trazos de surrealismo en mi obra ni huella del pánico que he fundado.
-Defíname qué es el movimiento «pánico».
-Lo creamos tres personas, Topor, Jodorovski y yo. Hay una teoría pánico, pero nunca nos hemos sentado y hemos dicho vamos a aplicar y a hacer una obra pánica. Y ahora, me acaban de nombrar «sátrapa» del colegio de Patafísica, el acto para entregarme el diploma se hizo en mi casa una noche, casi vino el colegio en pleno: Dario Fo, Umberto Eco...Yo sólo estuve una hora con ellos, porque luego me marché a la cama.

Vanguardia


-¿Qué requiere ser «sátrapa»?
-En realidad una de las características del sátrapa es que no se le requiere nada -dice con asombrosa lógica-. El colegio de Patafísica tiene actividades, pero no los sátrapas. En el siglo XX se nombraron a veinte personalidades, las más importantes de la época, les faltó Alberti. Pero estaban Duchamp, Ernst, Ionesco, Tzara...Y luego se ocultaron durante veinticinco años y en el siglo XXI nos nombraron a nosotros. No se nos pide ni se nos exige nada, sólo tenemos que estar y no creo que la obra de Eco o Baudrillard, que también fueron nombrados, van a cambiar con este nombramiento.
-¿Y no tienen en común más que el genio creador?
-No, y no sabemos tampoco por qué nos han nombrado, sólo sabemos que no tenemos ninguna obligación. Pero el colegio de Patafísica es interesante porque estudia las instituciones, creo que tiene casi mil comisiones y subcomisiones y hay un experto en cada materia, por ejemplo uno es experto en el ombligo, que es tema muy interesante. Recibí el libro sobre él y me apasionó, porque yo nunca había caído en la cuenta de si ese ombligo que tenían Adán y Eva era un error o no. Pienso que está ligado con la astrofísica, con la teoría del Big-Bang, la creación. Es el burdo problema de la gallina y el huevo, del ombligo o no ombligo. Ellos se distribuyen entre sí toda clase de medallas y títulos, como una burla de los auténticos. Tienen un aire un poco cómico pero es una especulación bastante seria.
-«La vanguardia no existe», es una frase suya?
-La palabra «vanguardia» siempre me ha molestado por lo que tenía de militar, como «retaguardia», aunque mi teatro ha estado siempre ligado a estos problemas militares. Opino sobre esa palabra lo mismo que Baudelaire en el siglo XIX: «No me parece que haya más vanguardia que la policial». Mis amigos han sido siempre considerados vanguardistas, ya sean Picasso o Dalí.
-Desde su «Carta a Franco» a su «Carta a Aznar (con copia a Felipe González)», ¿qué ha cambiado en España?
-Ha habido una gran transformación política. En el año 76 había cinco españoles que no podíamos volver a España, entre ellos Alberti, la Pasionaria y yo. En ese aspecto ha cambiado una barbaridad y yo he sido uno de los que más provecho han sacado, pero en cuanto al terreno intelectual o de la cultura, no ha habido grandes cambios. Cuando surge una figura en España o en la Checoslovaquia de hoy, no tiene nada que ver con el resto de los ciudadanos del país, Beckett o Ionesco, más que raíces tienen patas. El estar exiliado es como una enseñanza casi divina que se recibe al estar desconectado de todo.
-En la época franquista sufrió un sonado proceso.
-Un chaval me pidió una dedicatoria pánica blasfema.Yo soy muy comedido y siempre hago lo que me piden, le puse: «Me cago en Dios, en la patria y en todo lo demás», lo primero eran seis meses de cárcel, lo segundo dos años y lo tercero nada. Me defendieron Beckett, Octavio Paz, Pemán también, tras convencerlo de que no había ofendido a la Virgen.
-Usted es polifacético: teatro, novela, poesía, ensayo, pintura, cine...
-No lo soy, porque yo estoy tratando siempre el mismo tema: la traición, la memoria, Dios, la inmortalidad... El último año de la vida de Ionesco, cuando ya estaba muy malito y no pesaba más de treinta kilos, nos veíamos casi todos los días, no es posible imaginar una persona más divertida, más chusca, más patafísica. Las conversaciones solían comenzar así: «Fernando, tú y yo, que somos agnósticos...». Y su mujer que acostumbraba a estar más lejos, fumando, añadía: «No tan agnósticos como dices...» -dice, imitando la voz de ambos- Sólo hablábamos de religión, de Dios, del más allá, de la inmortalidad o de la no inmortalidad del alma...Y esto, mezclado con el conflicto que él tenía de si era cristiano, católico apostólico romano o cristiano ortodoxo romano... Todo eran confusiones, un mar de preguntas, que en mi caso no se han resuelto todavía.

Política y religión

-¿Cómo conviven en un ser como usted el misticismo y el anarquismo?
-Yo rezo todas las mañanas con la esperanza de un día creer. Fui un poquito menos desgraciado, cuando creía y me ayudó a vivir. A lo mejor un día voy a creer, sería una solución. Me gustaría haber vivido en el siglo de Góngora, de Gracián, en el que, de una manera u otra, creían. Cuando pienso que las víctimas de la Inquisición eran creyentes... pero en otro dios. Porque nunca quemaron a un ateo. Hoy puedo hablar de Dios con muy pocas personas, porque ya casi nadie cree. Entre mis colegas, lo hago con Kundera, con Jodorovski y con Beckett hasta que murió.
-Cuando escribió «Borges, una vida llena de poesía», ¿qué relación mantenía con él ?
-Hice una película sobre él, un ejercicio de admiración, es el largometraje más aburrido que he hecho, no entiendo cómo mi cine y mi teatro tienen éxito. Con Borges la relación fue siempre chistosa, nunca hablamos de poesía, él me presentaba diciendo: «Mi amigo africano», porque nací en Melilla, y cosas así... En 1978 estando con él y con el embajador de España en Japón, que había sido muy protocolario y muy franquista, quiso demostrar cómo se había hecho socialista y civilizado y se empeñó en tutear a Borges y éste empezó a hablarle de usted, luego de Ilustrísimo, de Excelencia. Fue muy divertido.
-¿Por qué donó más de mil doscientas obras de arte de distintos artistas al Estado español y no al francés?
-Los franceses estaban muy interesados, pero se los di a los españoles, aunque no hicieron ningún eco de esto. Lo propuso Racionero que estaba en París, y doné cuadros, libros de bibliófilos franceses, algún manuscrito mío... Hay un catálogo de cinco kilos de peso. Sé que la exposición última estaba en Milán, pero ya no he tenido más noticias,
-¿Cuándo acabó la guerra civil para usted?
-Cuando pude regresar a España. Yo me he equivocado mucho en mis análisis, con el comportamiento de mi familia fui muy duro, sin darme cuenta de que la responsable ahí era «madrastra historia», que nos había colocado en una situación y esa situación es la que me parece interesante.
-¿Ha conocido a alguna persona libre de verdad?
-En España hay gente que me parece libre, por ejemplo un amigo torero que acabo de ver en Sevilla, Diego Bardón, una persona curiosa, y entre los hombres de literatura , Kundera o el novelista Houellebecq. También la libertad de Beckett o la de Dalí para pensar. Con éste hablé mucho y no me pareció original, sólo decía cosas evidentes, si le preguntaban «¿Usted es tacaño?» respondía: «Sí, sólo tomo caviar en los barcos, porque es gratuito». Tras recibir una medalla, un periodista le dijo si no le daba vergüenza aceptarla siendo surrealista. Y él contestó «¿vergüenza? Yo quería dos».

Torero surrealista

-¿Le gustan los toros?
-Intenté ser torero y con dieciocho años me presenté en Las Ventas, en donde los Dominguines elegían novilleros en «La oportunidad». Fui vestido de amarillo y al pasar frente a ellos levanté los brazos y dije: «Yo no pido una oportunidad, ¿exijo una oportunidad!» Parece que a Domingo, uno de los hermanos, esto le gustó mucho. Yo lo hice como un acto surrealista.
-Si no se considera surrealista...
-Pero me gusta hacer actos de este tipo. Cuando me dieron un premio aquí, hicieron el elogio los ministros, la ministra, el Rey, y al tocarme a mí el turno le dije al Rey: «Es imposible que hable ahora, a mí lo que me gustaría es bailar».Y el Rey me contestó: «Bueno, pues baile», porque a mí me habla de usted, no sé por qué. Entonces me puse a bailar.
-Usted es un gran tímido ¿no?
-Sí, sí, sí, sí. Es que cuando se es solitario es muy difícil no serlo, cuando se actúa en grupo es más divertido, pero también te impide hacer cosas excepcionales.
Arrabal parece disponer de todo el tiempo del mundo para continuar la cordial charla. Cuando ya parece oportuno concluirla, me mira con gesto de sorpresa y me dice: «¿No me va a preguntar por las apariciones de la Virgen, como hace todo el mundo?».