THEATRE :

domingo 20 de enero de 2002

«Carta de amor». Sacramento de la memoria
Fernando Arrabal estrena en el Reina Sofía su «Carta de amor»

 

Brillante. Valdés realiza la interpretación más arriesgada de su carrera

Juan Antonio VIZCAÍNO
Arrabal posee la voz más profunda del teatro español, porque la sostiene el aliento de la mejor poesía. Bajo una cúpula de ladrillos subterránea del antiguo hospital de San Carlos (la que fuera sala de locos terminales y también de disección de cadáveres), el verbo dramático arrabalesco encuentra su mejor caldo de cultivo para reverberar en potentes imágenes como una danza de cuchillos cortantes. La tragedia de la familia Arrabal forma parte ya de la memoria simbólica del pueblo español, a través de las obras teatrales del más universal de nuestros dramaturgos vivos. En «Carta de amor», el autor destila hasta la esencia poética, sin acción aparente, más que el ejercicio de la memoria a través de la palabra, la historia trágica de un padre condenado a muerte, de una madre sospechosamente delatora, y de un hijo desposeído de certezas, que ve en su amorosa madre la causa de sus más terribles desdichas.
No es «Carta de amor» un ajuste de cuentas familiar, sino una propuesta de reconciliación. No son los verdugos peores que las víctimas en la dimensión definitivamente moral del universo arrabaliano. Los humanos no son culpables de nada, sólo víctimas de «la madrastra historia», fría y calculadora, como sólo puede serlo el implacable destino. La tesis del autor es que sólo con la bondad y el perdón puede construirse un futuro esperanzador y más habitable.

Con este monólogo, tan personal como universal, Arrabal echa las últimas paletadas de tierra sobre el foso cainita de las heridas de la infausta guerra civil española. El teatro opera en manos del gran taumaturgo como arte de reconciliación público.
Pérez de la Fuente ha creado un ámbito religioso, en la bóveda del Museo Reina Sofía, para dar carnalidad al verbo de Arrabal. Cuenta para ello con el talento y la absoluta complicidad de María Jesús Valdés, que realiza una de las interpretaciones más brillantes, intimistas y arriesgadas de su carrera. El viaje al pasado no es sólo el relato de los acontecimientos, sino que en manos de Arrabal se convierte en un sacramento de la memoria, como conjura y terapia colectiva del dolor de la vida y el tiempo.
El director hace acompañar este concierto de versos dramáticos, por las desgarradoras notas de un violonchelo, ecos, sombras, agua, cera ardiente...; liturgia profundamente teatral para combatir la terrible Historia de España. El uso de un sugestivo audiovisual de Juan de Sande, y de una barroca escenografía simbólica de Xavier Mascaró, se suman a todas las resonancias telúricas del espacio, buscando la revelación de lo maravilloso. Como si la voz de la Valdés y la palabra de Arrabal se amaran en el fondo de un pozo excavado en la tierra.
Hay que congratularse, igualmente de que por fin el arte contemporáneo abra sus puertas al teatro con la representación de este espectáculo en el seno de un Museo Nacional. Nadie más adecuado que el polifacético artista Fernando Arrabal para inaugurar esta nueva relación artístico-teatral de gran futuro y relevancia.

Emoción

La noche del estreno fue emocionante, por esas coincidencias que sólo pueden producirse en el vital mundo del teatro. Arrabal acababa de llegar de Iria Flavia, del entierro de su amigo Camilo José Cela; muchos de los asistentes habían realizado con él este viaje. La madre de Arrabal murió hace un año. La emoción embargaba el abovedado espacio. Arrabal se abrazó a María Jesús Valdés entre los intensos aplausos de los presentes, puestos en pie, y exclamó: «No me pidáis que hable esta noche. Dejad que disfrute de este momento. Hoy me faltan las palabras, porque las emociones me sobran».